Por Beatriz Guillén
Hincados
en la tierra y con los brazos tiesos a los lados se colocan los
peregrinos en la plaza Mariana, al norte de la Ciudad de México. Uno
de ellos, con gorra y vaqueros, se santigua agachado, una, dos veces,
murmura un rezo. Más cerca de la entrada, un padre y su hijo andan
sobre los huesos de sus rodillas hacia la basílica
de la Virgen de Guadalupe,
piel y cartílagos solo protegidos por el tejido negro de un chándal
nuevo. Una mujer cede la tela blanquecina en la que porta a su bebé
y avanza, a cuatro patas, con las largas trenzas negras balanceándose
a los lados; la hijita da pasos a la izquierda sin adelantar a su
madre. En los últimos escalones, alguien ayuda a una señora a
levantarse de sus piernas magulladas.
Peregrinos que descansan después de llegar de rodillas a la Basílica de Guadalupe, Crédito de la fotografía de Aitor Bengoa, obtenida de TheObjective.com
Ellos,
los jóvenes, exhiben las heridas, el negror de la piel quemada y
amoratada, el rojo de la sangre y de la carne viva.
Están tumbados a la sombra en uno de los laterales de la basílica
con los pantalones remangados. Han venido corriendo desde
Zacapoaxtla, en Puebla, y han tardado tres días, dicen así en
bajito. “¿Os podemos hacer una foto?”. Entonces se yerguen y no
se quitan la gorra y miran entretenidos. Luego los vemos paseándose
con sus equipos brillantes color granate por las escaleras del cerro
del Tepeyac. Hay que hacer tiempo antes de volver a casa.
La
Basílica de la Virgen de Guadalupe es el santuario más importante
de México y
recibe más visitas que el de Lourdes (Francia) o Fátima (Portugal).
En 2018, más
de 10 millones de peregrinos católicos de
todas partes del país se acercaron a la capital del Estado con
motivo de la celebración del día de la reina de México, emperatriz
de América. Para este año, las previsiones apuntan que se superará
esa cifra.
Cuentan
que el 9 y el 12 de diciembre de 1531, la Virgen de Guadalupe se le
apareció a Juan Diego —que, cuentan, era indio, cristiano,
humilde— en el cerro
de Tepayac. El
mismo que ahora está repleto de vendedores
que
graban pequeñas monedas con la imagen guadalupana, de fotógrafos
que
han montado un set con flores, burros, sombreros mexicanos y estatuas
de la Virgen a tamaño real, de peregrinos
que
descansan y se refrescan en las fuentes.
“Es la primera vez que vengo a ver a
la Virgencita”, dice con su voz aflautada de cinco años Jesús
Santos —recitando así su nombre, completo y del tirón—. Ha
venido en un carro rojo y todo le ha parecido muy bonito, también
dice subiéndose a la espalda de su madre.
Lisbeth
y Germán son de Perote, Veracruz, y cada
8 de diciembre salen de su casa para visitar a la Virgen de
Guadalupe.
“Le pedimos pues que estemos bien. Y bendiciones para nuestra
familia”, explica Lisbeth mientras se coloca los mechones bajo la
gorra. Estas noches han dormido en la furgoneta en la que vinieron
junto a otras 20 personas. “Se adjudica el tiempo y se paga la
contribución para los trajes y el transporte”. Su equipo es azul
oscuro y con él correrán en relevos durante el día de vuelta: el
12, el día grande, lo pasan en su comunidad que es fiesta. No, claro
que no se quedan en Ciudad de México.
Mujer avanza a gatas junto a su hija, en la Basílica de Guadalupe, Crédito de la fotografía de Aitor Bengoa, obtenida de TheObjective.com
La
historia es similar a la de Hilaria y Juan Carlos, que forman parte
de un club
de carrera guadalupana, donde
el más pequeño, Eddie, está apuntado desde los ocho años. Tras 11
horas de viaje desde San Martín Jolalpan, en Guerrero, llegaron de
madrugada a la Basílica y presentaron velas, figuras y coronas a la
Virgen.
La
vuelta la van a hacer corriendo por la carretera. “Venimos
en varias combis [furgonetas] y tardamos tres días en volver por las
paradas”,
dice Juan Carlos para explicar después con paciencia qué es eso de
los relevos. Funciona así: un grupo corre hasta el primer punto
señalado, mientras el resto del equipo hace el trayecto dentro de la
furgoneta. En la parada, se cambian los papeles: los corredores se
suben al vehículo y es otro el grupo que rueda hasta el siguiente
descanso.
Además
de las carreras y andando, también hay peregrinos que llegan en
grupos
ciclistas.
Desde los días previos se los veía pedaleando por las carreteras en
dirección a Ciudad de México. Algunos llevan una antorcha a la
Virgen y en las camisetas, el lema: “Fuego Guadalupano”.
Juan
Carlos llevaba tiempo de sus 29 años viendo llegar a los corredores
hasta Cualác. Decidió que quería ser como ellos, los que guardan
una promesa o un motivo. Le pregunto por el suyo.“Yo
esto lo hago por devoción”.
“Y ya nos vamos ahorita que el 12 tenemos que estar en nuestro
pueblo”, se despide.
Es
10 de diciembre y en la explanada de la basílica solo hay un
centenar de tiendas. El recinto se llena la noche siguiente, cuando
se
cantan Las
mañanitas, la
tradicional canción de cumpleaños, a la Virgen.
Los creyentes consideran que el cumpleaños de la “Madre de México”
es el 12 de diciembre, por lo que justo a la medianoche comienza la
misa más importante que celebra la aparición.
Francisco
y Erica Villa no se van a quedar para verlo. Han venido en autobús
desde Puebla y solo pasan aquí una noche. Son campesinos y no pueden
ausentarse mucho más tiempo. Se dedican a la siembra de flores: “De
gladiolas y flor de muerto, ¿conoces? Es la que ponemos en el Día
de Muertos,
es bien bonita”, cuenta ella, muy tímida. Han instalado su tienda
naranja en primera línea. La decoración con la manta de la Patrulla
Canina es
cosa de Leslie, que tiene tres años y tres viniendo a visitar a la
Virgen. “Nuestros papás nos traían, ellos nos lo enseñaron.
Ahora lo hacemos nosotros”.
“Solo
se bendicen objetos religiosos, no amuletos. Esto no es un
sacramento”,
vocea el padre colocado sobre un murete mientras lanza agua bendita.
Los fieles alzan sus imágenes de la Virgen antes de entrar en la
Basílica. Ahí dentro les espera la imagen original, tantas veces
reproducida, engalanada en oro y custodiada por la bandera de México.
La misa se entremezcla con los sonidos de fuera. Mariachis
y danzas para recordar que esto también es una fiesta.
Cura reparte agua bendita en el atrio de la Basílica de Guadalupe, Crédito de la fotografía de Aitor Bengoa, obtenida de TheObjective.com
Ajenas a todo, Maricila y Jessy, de 19
y 20 años, se ríen tapándose la boca. Hablan por el móvil en
altavoz con el novio de Jessy, conceden cortarle para que me siente
con ellas, un poco avergonzadas. Comparten apellido —Cuauhtenango,
según me escribe Jessy en el cuaderno con las letras ligeramente
separadas—, pero aseguran que no son hermanas ni primas, solo
amigas de la secundaria. Vienen también en carrera desde Pantitlán,
en Guerrero, y creen que tardarán dos noches en volver.
Maricila lleva en la camiseta la
inscripción que delata que es su primera peregrinación. Está
satisfecha con la experiencia, sobre todo porque ha podido ver en
primera persona algunas de las historias que cuenta la Biblia.
También ha dado las gracias “por mantener la fe y la salud”.
“¿Y tú de dónde eres?”, dicen
curiosas. Madrid les suena lejísimos. “¿Y qué vas a hacer ahora
aquí?”. Me cuentan que Maricila quiere estudiar Contabilidad y
Jessy una maestría de Preescolar. Antes de despedirnos, preguntan si
favor nos podemos hacer un selfi juntas. “Es para contarle al novio
de ella”. Ríen. Ya están de nuevo pegadas al teléfono.
“Ya
llegamos virgencita, a tus plantas estamos ya. De
muy lejos caminando venimos con devoción“,
corean entonadísimos una columna de peregrinos muy jóvenes en
dirección a la basílica. “De
rodillas, madrecita, hasta llegar a tu altar”.
Avanzan hasta que todo termina: “Ya nos vamos, virgencita, ya te
venimos a ver. Te
pedimos, madrecita, que nos concedas volver”.
Peregrino con cuadro de la Virgen, Crédito de la fotografía de Aitor Bengoa, obtenida de TheObjective.com
La escritora del artículo; Beatriz Guillén, es periodista y feminista que ha colaborado en el periódico El País y Materia. Ganadora (junto con Mónica González, fotógrafa) del segundo lugar de la séptima edición del premio Breach Valdez de Periodismo y Derechos Humanos, con un reportaje sobre la reconstrucción testimonial de las muertes de once mujeres internas, dentro de la única cárcel federal mexicana de mujeres, ubicada en Morelos. (Tragedia en la cárcel de mujeres: así estalló la ola de suicidios en el Cefereso 16 | EL PAÍS México)